domingo, 4 de mayo de 2014

Uruguayo

“URUGUAYO”
 CAPITULO I
Allá, a principio de los años setenta, disfrutaba de algo muy parecido a una adicción: las carreras de caballos.
Nada o poco tenía que ver el dinero, que casi siempre se escapaba de mí impunemente en cualquiera de estos eventos. Malgastado, dicen algunos.
Coincidir con estas opiniones suele costarme.
Con los años pergeñé algunas hipótesis, con las que ofrezco en ocasiones, resistencias bastante dignas.
No iba a las carreras por dinero, pasaba por otro lado, la cosa.
En principio, no dejaban entrar a menores, y mis amigos y yo no pasábamos de los 16 o 17 años. Nunca hubo problemas, acaso digamos, con algo…  institucionalmente acordado.-
El padre de Raúl era periodista y como casi todos los escribas, transitaba por otros parajes.
No planteaba razones de peso para que su hijo, nuestro amigo de los pelos como Jimmy Hendrix pero rubios, fuese al hipódromo.
No lo alentaba, pero le advirtió que quizá conociera personas allí con las que no se toparía en ningún otro lado.
Raúl me lo dijo a mí… y ya
En los grandes premios papá Raúl mandaba unos circulitos de cartón, de los que no recuerdo que decían, y que debíamos colgarnos de la solapa del saco. Ergo… ¡debíamos ponernos saco!
Jamás nos poníamos saco.
Pero ese día, cada uno se ponía el suyo, y al entrar por la enorme puerta del Paddock con “La Rosa” (1) o “La verde” (2) bajo el brazo, y ser además saludados con sonrisas y pequeñas reverencias por los controles… bueno, la cosa se ponía demasiado buena.
Entrabamos casi en formación, pisando firme y con el pecho inflado.
El padre de nuestro amigo llevaba razón. El hipódromo y su gente era un espacio de otro planeta.
Se veían pocos jóvenes. Por todos lados gente mayor y de gesto sombrío. Nadie por allí llegaba gratis. La guita habitaba todos los rincones y todos los rostros. La cosa ahí, era por guita. Siempre por guita.
La de quienes les sobraba, y la de los desesperados.
Alguna vez parado en “La Perrera “(3) puteando y rompiendo boletos, un viejito muy pobre, pero con traje y corbata, acaso con semanas de no cambiarse, me dijo amablemente  con esa parsimonia y resignación de los ancianos: -“Nunca vengas a las carreras, porque necesitas el dinero, vení cuando te sobre…  entonces, y sólo entonces ganarás”

CAPITULO II
 ¿Cuál de nosotros tenía una buena billetera para apostar? ¡Ninguno! Ocurre que en esos sitios, una moneda, una sola, tiene valor. Alguien te prestará otra, y con un boleto de dos mangos, por ahí, tu caballo viene y empieza un restito a crecer.
Es todo muy difícil, pero puede ocurrir. Mientras tanto, por lo menos a mí, el tema de empezar a reconocer ese mundo me llevaba muy atento.
Ejemplo: Digamos que algunas conductas, en determinadas circunstancias, se mimetizaban. Todas las personas gritaban y saltaban de la misma manera. Una suerte de frase dicha  a los gritos a continuación del nombre del jockey o del caballo por el que se habían apostado su permanencia en éste mundo, se dejaba oír… -¡FULANO… VIEJO Y PELUDO, NOMÀS!-
Centenares de gargantas gritaban igual e igualmente saltaban en sus lugares, blandiendo el brazo. Como una coreografía que se iba apagando por sectores y enfatizándote en otros, según la ubicación del apostado.
Aquellos argumentaban a los gritos con sus vecinos la derrota, y los menos se abrazaban, aun sin conocerse, para correr de inmediato a cobrar en las ventanillas justo detrás de las tribunas, en el gran patio, sembrado de boletos rotos y maldiciones.
No podría recordar como supe, pero conseguimos enterarnos, desde que lugar y por qué se veía mejor la carrera.
Estaba claro que deberíamos colocarnos siempre en “La Especial”, ubicada en el centro del predio, con la “Perrera” a nuestra izquierda (que además era la de menor valor) y el Paddock a la derecha, ocupada por las personas más notables de la ciudad. Funcionarios, propietarios de studs y gente pudiente. Era además el sitio donde más prismáticos y trajes se podían ver.
Muy cerca y al final de la pista, el disco de sentencia, por lo cual las personas apiñadas allí solo podían ver el final de la carrera, cuando yo había sido anoticiado que lo que realmente importaba era el recorrido del tungo elegido, el comportamiento del caballo y del jockey en el transcurso de la carrera. Hacia allí se dirigían los caballos ganadores a recibir sus premios y donde abundaban los periodistas y sus fotos.
La entretela de la actividad solo se podía disfrutar en ese lugar, donde por ejemplo, se les quitaban los cueros al animal, y bueno, eso que a mí siempre me impresionó: ver a un jockey desmontado. Hombrecitos que segundos antes, parados en los estribos, apilados sobre el cuello del animal, peleaban meta fusta y filete por la guita de los que gritaban desaforadamente en las tribunas.
También era el lugar donde se veían más mujeres que en todo el estadio. Ellas, las esposas de los hombres notables, felicitando al matrimonio propietario del caballo ganador y a sus contrincantes más cercanos.
Es posible que recuerde en las fotos el trofeo. Siempre una gran copa y una corona de laureles al cuello del animal, acariciado por su monta que apenas llegaba a alcanzar el cogote, transpirado y tembloroso.
Finalmente, una capa de vivos colores cubría al caballo que ya sacaban fuera de todo el lio del triunfo. Y las rejas, que por aquellos tiempos estaban todas pintadas de color crema. Separaban las tribunas y los sectores, y tomados de ellas los curiosos presenciaban estas ceremonias, con pensamientos, sospecho, de una variedad indescifrable.

CAPITULO III
Acaso que no haya sido exactamente así, han pasado más de cuarenta años. Estoy hablando de que se inauguraban las carreras nocturnas. Y en aquél GRAN PREMIO CARLOS PELLEGRINI, pudiera ser que por primera vez en la Historia del Turf Nacional, aquél DERBY se corriera de noche… y en Palermo, ya que San Isidro se estuvo refaccionando hasta casi finales de la década.
Mi historia personal, pospone la importancia de éstos datos.
Que se trataba del GRAN PREMIO CERLOS PELLEGRINI y de que yo estaba allí con algunos amigos, con saco y con el circulito del padre de Raúl colgado de la solapa, es una verdad absoluta. Y que era de noche, también.
Carezco del recuerdo si era la inauguración de las luces, o esto ya había ocurrido antes, eso me falta. En fin…
El hipódromo a tope como en todos los Grandes Premios. Era difícil caminar fluidamente los playones, las personas se estorbaban para apostar en las ventanillas que siempre fueron arqueadas, pequeñísimas y con rejas. Era casi imposible ver quién nos recibía el dinero. La pregunta y la apuesta, siempre a viva voz, evitando confusiones, en el marco del estruendo de miles de personas ansiosas plata en mano.
Yo entre ellos. Me había ofrecido para juntar el dinero de todos… y un plus mío, que desconocían todos mis amigos.
Un buen rato antes de la carrera nos habíamos separado en pequeños grupos. Algunos nos quedamos en las tribunas midiendo posibilidades.
Les llaman catedráticos a los burreros. Y la verdad es que estudiaban cien veces cada a cada competidor y a su linaje. Constataban y evaluaban todo: últimas presentaciones, distancias que preferían, las distintas montas, cuidadores, studs, tipos de pista, etc.
Seguramente referían a otros datos que eran imposibles de retener para un tipo como yo, pura intuición, y datos de dudosa procedencia.
Éramos presa fácil de trúhanes, mentirosos y falsos allegados que allí abundaban. Había personas que te sugerían apostar por caballos por los que ni ellos mismos lo harían, y por motivos igualmente inexplicables.

CAPITULO IV
 Me excedí en contexto, presumo.
Volvamos por favor, a aquél día inolvidable para mí. Por varias razones.
Debía el alquiler del departamento de tres meses, (dato1).
Lo había firmado un año y medio antes con la garantía de un tío paterno, oficial de la Policía Federal, con todas las características de su profesión, y en ocasiones con brotes de una severidad digamos… institucional y muy enfática (dato 2). Ese año mi tío ascendía a Oficial Superior, por lo que no podía acercarse a nada de cualquier índole que estorbara ésta graduación tan esperada (dato 3).-
Misteriosa, milagrosamente, ese viernes había logrado juntar el dinero, para el lunes entrante, deteniendo las amenazas de la inmobiliaria, que usaban con demasiada frecuencia y con un éxito descomunal, el tema de enterarlo de la situación a mi irascible pariente, con grandes chances de acabar en el hospital y en la calle con mi familia a continuación.
A mitad de semana “el Birome”, el quinielero del barrio, me fue a ver al laburo:
-        “Que hacé Edu… ¿van a ir al Pellegrini el viernes, no? … -
-        ¡Claro! ¿Qué pasa? -
-         ¿Quiénes van? -
-        Vamos todos, ya tenemos los pases del viejo de Raulito. -
-        Saben que tienen que ir con saco todos, no? -
-        Ya está….
-        Escucháme, van a hacer una vaca, ¿sí? -
-        ¿Y de que otra manera, cuándo fue diferente? -
-        Decime… ¿no tenés un canuto por ahí, un ahorrito, una punta? -
-  ¿Por?
-        Hablé con un chabón que duerme con el caballo… gana “Uruguayo”, con el “Colorado” Cosenza…
-        Me lo quedé mirando… Cosenza era mi jockey preferido, pero no tenía ningún dato del caballo….
-        La vaquita es todo… no hay nada más…
-        Ok… después no digas que no te avisé, paga dos cifras… el dato es bueno, el pibe vive en el stud… en fin, chau hermano, nos vemos allá…. ¿Tenés un pálpito para hoy?…
-        No…  dejáme…  mañana….
-        Listo, chau!
-        “ El Birome” cruzó la calle, y esquivando a un taxi, me gritó con la mano en la cara … -“¡ pedí prestado que te salvás boludo! …  que te salvás para todo el viaje… ¡hacé que te salga una, por esta vez cortá la racha, manù!” -
Logró intranquilizarme.
Visualicé el lugarcito en el placar donde tenía los tres meses de alquiler que pagaría el lunes, atados con una gomita y separados de a cien. El viernes a la mañana compré la “Crónica” y me leí la página de las carreras varias veces, de punta a punta.
 “Uruguayo” había ganado las dos últimas dos carreras en 1800 y 2500 mts. en San Isidro, una en pista pesada por dos cuerpos, y la otra por afano en pista normal, pero con Cosenza solo había corrido en una anterior, creo recordar que en Palermo y entró cuarto cómodo.
 No estaba ni siquiera destacado, en el gran grupo de postulantes de cualquier Gran Premio.-
         Hay caballos desconocidos para el común de la gente: extranjeros, de otros puntos del país, etc…. Complicado.

CAPITULO V

Vivíamos cerca y por cábala, cada vez que íbamos al hipódromo caminábamos riendo e imaginando que haríamos con el dinero. Ésta vez fuimos bromeando acerca de nuestros sacos. Carlitos se había puesto uno del padre que le quedaba enorme, porque no tenía él un saco, y bueno, lo jodimos hasta que llegamos.
Tiramos las cocas en el cesto de la entrada y encaramos los controles.
Reverencias y saludos tal cual lo pensamos.
Demasiada gente. Nos mantuvimos unidos un rato y lo primero que hicimos fue ir al lugar habitual en la tribuna a saludar a los otros que siempre encontrábamos en el mismo sitio. Buenos deseos, abrazos, consultas, hipótesis, etc.
Al rato, Roberto y yo estábamos tomando una birra en una de esas barritas de debajo de las tribunas. El gordo dice que se va al baño, y en ese momento, el “Birome” que se acerca corriendo….
 -“¿Y boludo…  consiguieron la guita? …
-¡¿Que guita boludo?! …  juntamos entre todos un paquetito, lo tengo yo…
-¿Compraste? …
-Todavía no,…
-Edu, tenés que conseguir guita de algún lado …¡¡  gana boludo !! nos salvamos Edu, no seas pelotudo… ¿no podes reconocer la oportunidad de tu vida? … ¡¡la concha de tu hermana!!
-¡¡Mirá!!... y me mostró un fajo tan grande que tuvo que acomodarse para sacarlo del jean… ¡¡Tengo plata de apuestas acá boludo, me mato yo también!!
Corrimos a la puerta esquivando a la multitud y nos tomamos un taxi. El “Birome” se quedó y yo subí a buscar la guita del alquiler, y mi sentencia de muerte.
No tardamos ni media hora en ir y volver al hipódromo, donde ya era muy difícil llegar a las ventanillas. No nos encontramos con nadie, y a los pocos minutos el “Birome” estaba cuarto para jugar.
Jamás pude entender como pasó en minutos a unas ciento y pico de personas. Se jugó a ganador, la guita de los pibes, la de él, las apuestas, y la del alquiler.
A los chicos no les dije nada y nos apiñamos en la tribuna. El “Birome” se había borrado, él no miraba las carreras con nosotros.

CAPITULO VI

2400 metros, pista normal… campana de largada! …. La primera vez que le pedí los prismáticos a mi vecino, un entrañable viejito que no los había usado y que parecía que solo formaban parte de su atuendo.-
Iban tres caballos en punta tan cerca, que parecían tomados de sus colas tres cuerpos y un pequeño pelotón de unos ocho caballos; dos cuerpos y dos caballos en una misma línea, y detrás como a cinco cuerpos, un pelotón grande con el resto de los competidores. Devolví los prismáticos, el anciano no se los colgó, seguro de que se los iba a volver a pedir.
Cuando estaban por la mitad del opuesto, los prismáticos estuvieron en mi mano con solo un ademán. Mi vecino seguramente no había apostado en ésta carrera o ya habría jugado en las anteriores.
Las cosas habían cambiado un poco. Un solo pingo venía en punta, aguantando a los demás a dos cuerpos del segundo, y al pelotón que los seguía a unos tres cuerpos… se había incorporado nuestro caballo, al que veíamos por primera vez.
El viejito dijo que me los quedara y logré ver la entrada y salida del codo, que es donde se resuelven las carreras.
Dos caballos venían en punta a medio cuerpo uno del otro contra los palos, aprovechando bien la pista.
A unos tres cuerpos el pelotón de seis caballos, integrado por Cosenza, corría también contra los palos, y muy echado sobre el animal, señal inequívoca de que lo venía teniendo, que no podía pasar.
En pleno codo, pegó un fustado, lo cambió de mano … y lo sacó! … “Uruguayo”, pegó algo así como un estirón y sacó dos cuerpos, en 30 metros…. ¡no tenía lugar …  no podía pasar!…
¡El Colorado se apiló, le pegó un par de veces seguidas, y mostrándole la fusta pasó delante nuestro faltando 50 metros llevando 5 o 6 cuerpos!… grité -¡¡Uruguayo, viejo nomás!!…-  y me desmayé.
Jamás vi el final.
Mis amigos me alzaron, y cuando desperté estaba con suero en la salita de primeros auxilios del hipódromo… -¿ganamos?….- tres de mis amigos me rodeaban… -¡arriba por cinco cuerpos, de orejitas paradas…  11 mangos Edu!
Lo mío lo cobré otro día, no quise desentonar con nada que pasara ese día y volví borracho a casa, con el saco de Carlitos… me había orinado encima, además, varias veces.
La vieja me desnudó y me metió en la bañera, en agua muy caliente para empezar.
Me quedé dormido allí.
Entre ella y mi viejo me acostaron para dormir como 12 horas, dijeron. En un par de días había pagado todo, lo del alquiler y todas las deudas que teníamos.
 Allá por mitad de la semana estábamos en el Globo comiendo un puchero de cerdo, inolvidable. Esta vez, lo llevamos al viejo a los tropezones.
Lo felices que fuimos por largos días, son otra historia, de la que ya ha pasado mucho tiempo.
Allá por los veinte años, me enamoré y jamás volví al hipódromo, ahora estaba ella, y eso era todo.

                                                      FIN

(1): Revista exclusivamente de turf
(2): Revista de turf exclusivamente
(3): Tribuna popular

“URUGUAYO”
Original de Eduardo DE VINCENEZI

Bella Vista, marzo 2 de 2004

viernes, 28 de febrero de 2014

El Bergantin

CAPITULO I
 1970 fue el año que empecé a manejar un taxi. Un Siam Di Tella modelo 1964 para más datos. Era del padre de un amigo, que por varias razones (todas maravillosas) jamás olvidaré).-
Tenía 18 años, y entendía bastante menos que poco, lo que tenía entre manos.-
Prontamente, la calle y la actividad, se empezaron a mostrar, con una elocuencia que me tenían todo el tiempo demasiado atento. Hay que estarlo, si se quiere sobrevivir.-
No voy a extenderme en cuestiones sociológicas, que mucho me hubiesen ayudado para reconocer y sortear asuntos que se alojaron en mí por mucho tiempo.-

Algunas anécdotas y episodios sueltos bastarán ahora .-
Con el tema del Bergantín, podríamos arrancar, a manera de introito, para una vida llena de matices que difícilmente se den en otro rubro.-
La Terminal del ferrocarril Mitre en Retiro, tiene una recova que todavía conserva, pero que por aquellos años no estaba vedada, y los taxis entrábamos en dos filas a recoger pasajeros.-
La fila de la derecha para los que traían equipaje y la de la izquierda para los que no lo portaban. Viajes cortos, gente cotidiana, que querían salir rápidamente de la estación a continuación de bajar del tren, en general a sitios cercanos.-
Nos ventajeábamos todo el tiempo para ocupar la fila de equipajes, por las razones que siguen tan inexorables, como siempre.-
En aquellas paradas era muy difícil incluirse, y también peligroso. –
Un hombrón rubio, cordobés, ex ladrón de autos en su provincia (por lo que había estado en prisión) manejaba el sitio, y había que medirse con él por cualquier cuestión. Todo un tema.
Taras Bulba, como lo llamaban, medía alrededor de dos metros, pesaba bastante más de cien kilos de músculos, y no perdía oportunidad para decir que no, y también para boxear cualquiera fuera la envergadura y los motivos del otro.-
Tuve suerte yo. Tenía un amigo muy cercano a esta suerte de portador de una gran panza, por lo que jamás se abrochaba por allí una camisa ocre, que usaba casi siempre, fuera del pantalón. Tenía una abundante cabellera rubia, muy lacia, que le caía a ambos lados de la cabeza . Los ojos azules, algo saltones, movedizos, siempre tratando de ver absolutamente todo lo que ocurría a su alrededor e inmediaciones. Fue de las primeras personas, que recuerde, que usaba el reloj en la muñeca derecha.-

-“Está conmigo, dijo mi amigo Pascual… recién empieza … si le explicás entiende rápido … tiene una manopla además “ …

 “A ver ¡... Mostrame, pendejo! …. Saqué el fierro del bolsillo trasero del jean …. Tá… si te mandás algún moco, lo toco a Pascual, y después tenés que explicarme a mi… te escurrís, pendejo. Jamás movás un dedo sin consultarme, tà?! …  me puso la manopla contra mi pecho… si aprendés a usar “eso”…. Muñeco que tocás, se va al piso … Si? …. Cuidate”

 CAPITULO II
 Como decía, no estuvo muy difícil integrar la camorra del Mitre… algunos réditos mal habidos los dejo para otra vez, hoy me voy a referir… al Bergantín.
Era ya un auto viejo en el 70, se veían muy pocos. Los que quedaban, eran por lo general de gallegos que los cuidaban más que a su familia, pero el que paraba con nosotros, sospecho que de gallego, ni el apellido. Nunca supe el nombre del pibe que lo … “¿manejaba? ”…
Para acortar, por estas horas, sería muy parecido a Calamaro… a Andrés… hablaba poco y fumaba constantemente. A aquellos hombres, como de todos, les importaba muy poco la vida del pibe, siempre con botas tejanas, jeans y camisa a cuadros. Fumaba Colorados largos, sin filtro.-
Al grano. El chabón le ponía querosén al auto. En ésa época valía menos de la mitad que la nafta. Solo la puerta de su lado cerraba con alguna firmeza. El resto, flameaba. Como los dos guardabarros delanteros atados con alambre dulce, el baúl no tenía cerradura, y un par de elásticos aparecían por los agujeros del tapizado.-
No existían prácticamente controles en los taxis, pero ese auto no podía trabajar, aunque nuestro amigo el “convoy”, como le decían, se las ingenió para hacerse la diaria.-
Aparecía muy tarde, cerca de las once de la noche, con evidencias muy notables de haberse levantado media hora antes.-
La recova se llenaba de un humo color violeta, o marrón rojizo. El motor tableteaba, a punto siempre de partirse.
El “Convoy” bajaba y acompañaba la puerta con la mano, hasta que entraba en su sitio. Prendía un Colorado raspando el fósforo en sus botas. Saludaba al que anduviera cerca, invariablemente, al abre puertas, un salteño flaco y desgarbado, que se jactaba de que su gorra le era provista únicamente a él por la Policía Federal y luego le colocaba la chapa de bronce del ferrocarril, que tenían todos los maleteros.-
El Convoy apostaba a diario por el número de chapa del salteño, el 47. Cuando acertaban, compartían la ganancia y de madrugada, se bebían varias cervezas en el bar del enorme hall de la estación, se daban la mano, y a los tropezones y en direcciones opuestas se alejaban.-

Como fue dicho, aquel muchacho, inefable, logró un método para llevarse algunas monedas cada madrugada.-
Lógicamente, al ponerse en una de las colas, finalmente llegaba a la punta. El desdichado pasajero, maldiciendo, subía, el Convoy ponía en marcha el Bergantín con su combo de ruido y humo, e iniciaba una cruenta marcha ocupado, que terminaba invariablemente a los cien metros, en la esquina de Libertador. El pasajero pagaba la bajaba de bandera y descendía rápidamente. El chico daba la vuelta  a la plaza y volvía a colocarse en una de las colas .
Así unas diez o quince veces por noche. Vivía solo con las bajadas de bandera .
Alguna vez, que andaba más lúcido, raspó un fósforo en su bota izquierda, y prendiendo un sin filtro, dijo: “Para la pensión y un par de cervezas me alcanza, morfo en la pieza de la encargada. En ocasiones, me dejo chupar la pija”…

"El Bergantín"
Original de Eduardo DE VINCENZI

Bella Vista, Febrero 15 de 2014