viernes, 28 de febrero de 2014

El Bergantin

CAPITULO I
 1970 fue el año que empecé a manejar un taxi. Un Siam Di Tella modelo 1964 para más datos. Era del padre de un amigo, que por varias razones (todas maravillosas) jamás olvidaré).-
Tenía 18 años, y entendía bastante menos que poco, lo que tenía entre manos.-
Prontamente, la calle y la actividad, se empezaron a mostrar, con una elocuencia que me tenían todo el tiempo demasiado atento. Hay que estarlo, si se quiere sobrevivir.-
No voy a extenderme en cuestiones sociológicas, que mucho me hubiesen ayudado para reconocer y sortear asuntos que se alojaron en mí por mucho tiempo.-

Algunas anécdotas y episodios sueltos bastarán ahora .-
Con el tema del Bergantín, podríamos arrancar, a manera de introito, para una vida llena de matices que difícilmente se den en otro rubro.-
La Terminal del ferrocarril Mitre en Retiro, tiene una recova que todavía conserva, pero que por aquellos años no estaba vedada, y los taxis entrábamos en dos filas a recoger pasajeros.-
La fila de la derecha para los que traían equipaje y la de la izquierda para los que no lo portaban. Viajes cortos, gente cotidiana, que querían salir rápidamente de la estación a continuación de bajar del tren, en general a sitios cercanos.-
Nos ventajeábamos todo el tiempo para ocupar la fila de equipajes, por las razones que siguen tan inexorables, como siempre.-
En aquellas paradas era muy difícil incluirse, y también peligroso. –
Un hombrón rubio, cordobés, ex ladrón de autos en su provincia (por lo que había estado en prisión) manejaba el sitio, y había que medirse con él por cualquier cuestión. Todo un tema.
Taras Bulba, como lo llamaban, medía alrededor de dos metros, pesaba bastante más de cien kilos de músculos, y no perdía oportunidad para decir que no, y también para boxear cualquiera fuera la envergadura y los motivos del otro.-
Tuve suerte yo. Tenía un amigo muy cercano a esta suerte de portador de una gran panza, por lo que jamás se abrochaba por allí una camisa ocre, que usaba casi siempre, fuera del pantalón. Tenía una abundante cabellera rubia, muy lacia, que le caía a ambos lados de la cabeza . Los ojos azules, algo saltones, movedizos, siempre tratando de ver absolutamente todo lo que ocurría a su alrededor e inmediaciones. Fue de las primeras personas, que recuerde, que usaba el reloj en la muñeca derecha.-

-“Está conmigo, dijo mi amigo Pascual… recién empieza … si le explicás entiende rápido … tiene una manopla además “ …

 “A ver ¡... Mostrame, pendejo! …. Saqué el fierro del bolsillo trasero del jean …. Tá… si te mandás algún moco, lo toco a Pascual, y después tenés que explicarme a mi… te escurrís, pendejo. Jamás movás un dedo sin consultarme, tà?! …  me puso la manopla contra mi pecho… si aprendés a usar “eso”…. Muñeco que tocás, se va al piso … Si? …. Cuidate”

 CAPITULO II
 Como decía, no estuvo muy difícil integrar la camorra del Mitre… algunos réditos mal habidos los dejo para otra vez, hoy me voy a referir… al Bergantín.
Era ya un auto viejo en el 70, se veían muy pocos. Los que quedaban, eran por lo general de gallegos que los cuidaban más que a su familia, pero el que paraba con nosotros, sospecho que de gallego, ni el apellido. Nunca supe el nombre del pibe que lo … “¿manejaba? ”…
Para acortar, por estas horas, sería muy parecido a Calamaro… a Andrés… hablaba poco y fumaba constantemente. A aquellos hombres, como de todos, les importaba muy poco la vida del pibe, siempre con botas tejanas, jeans y camisa a cuadros. Fumaba Colorados largos, sin filtro.-
Al grano. El chabón le ponía querosén al auto. En ésa época valía menos de la mitad que la nafta. Solo la puerta de su lado cerraba con alguna firmeza. El resto, flameaba. Como los dos guardabarros delanteros atados con alambre dulce, el baúl no tenía cerradura, y un par de elásticos aparecían por los agujeros del tapizado.-
No existían prácticamente controles en los taxis, pero ese auto no podía trabajar, aunque nuestro amigo el “convoy”, como le decían, se las ingenió para hacerse la diaria.-
Aparecía muy tarde, cerca de las once de la noche, con evidencias muy notables de haberse levantado media hora antes.-
La recova se llenaba de un humo color violeta, o marrón rojizo. El motor tableteaba, a punto siempre de partirse.
El “Convoy” bajaba y acompañaba la puerta con la mano, hasta que entraba en su sitio. Prendía un Colorado raspando el fósforo en sus botas. Saludaba al que anduviera cerca, invariablemente, al abre puertas, un salteño flaco y desgarbado, que se jactaba de que su gorra le era provista únicamente a él por la Policía Federal y luego le colocaba la chapa de bronce del ferrocarril, que tenían todos los maleteros.-
El Convoy apostaba a diario por el número de chapa del salteño, el 47. Cuando acertaban, compartían la ganancia y de madrugada, se bebían varias cervezas en el bar del enorme hall de la estación, se daban la mano, y a los tropezones y en direcciones opuestas se alejaban.-

Como fue dicho, aquel muchacho, inefable, logró un método para llevarse algunas monedas cada madrugada.-
Lógicamente, al ponerse en una de las colas, finalmente llegaba a la punta. El desdichado pasajero, maldiciendo, subía, el Convoy ponía en marcha el Bergantín con su combo de ruido y humo, e iniciaba una cruenta marcha ocupado, que terminaba invariablemente a los cien metros, en la esquina de Libertador. El pasajero pagaba la bajaba de bandera y descendía rápidamente. El chico daba la vuelta  a la plaza y volvía a colocarse en una de las colas .
Así unas diez o quince veces por noche. Vivía solo con las bajadas de bandera .
Alguna vez, que andaba más lúcido, raspó un fósforo en su bota izquierda, y prendiendo un sin filtro, dijo: “Para la pensión y un par de cervezas me alcanza, morfo en la pieza de la encargada. En ocasiones, me dejo chupar la pija”…

"El Bergantín"
Original de Eduardo DE VINCENZI

Bella Vista, Febrero 15 de 2014