CAPITULO I
1970 fue el año que empecé a
manejar un taxi. Un Siam Di Tella modelo 1964 para más datos. Era del padre de
un amigo, que por varias razones (todas maravillosas) jamás olvidaré).-
Tenía 18 años, y entendía bastante menos
que poco, lo que tenía entre manos.-
Prontamente, la calle y la actividad, se
empezaron a mostrar, con una elocuencia que me tenían todo el tiempo demasiado
atento. Hay que estarlo, si se quiere sobrevivir.-
No voy a extenderme en cuestiones sociológicas,
que mucho me hubiesen ayudado para reconocer y sortear asuntos que se alojaron
en mí por mucho tiempo.-
Algunas anécdotas y episodios sueltos
bastarán ahora .-
Con el tema del Bergantín, podríamos
arrancar, a manera de introito, para una vida llena de matices que difícilmente
se den en otro rubro.-
La Terminal del ferrocarril Mitre en
Retiro, tiene una recova que todavía conserva, pero que por aquellos años no
estaba vedada, y los taxis entrábamos en dos filas a recoger pasajeros.-
La fila de la derecha para los que traían
equipaje y la de la izquierda para los que no lo portaban. Viajes cortos, gente
cotidiana, que querían salir rápidamente de la estación a continuación de bajar
del tren, en general a sitios cercanos.-
Nos ventajeábamos todo el tiempo para
ocupar la fila de equipajes, por las razones que siguen tan inexorables, como
siempre.-
En aquellas paradas era muy difícil incluirse,
y también peligroso. –
Un hombrón rubio, cordobés, ex ladrón de
autos en su provincia (por lo que había estado en prisión) manejaba el sitio, y
había que medirse con él por cualquier cuestión. Todo un tema.
Taras Bulba, como lo llamaban, medía
alrededor de dos metros, pesaba bastante más de cien kilos de músculos, y no perdía
oportunidad para decir que no, y también para boxear cualquiera fuera la
envergadura y los motivos del otro.-
Tuve suerte yo. Tenía un amigo muy
cercano a esta suerte de portador de una gran panza, por lo que jamás se
abrochaba por allí una camisa ocre, que usaba casi siempre, fuera del pantalón.
Tenía una abundante cabellera rubia, muy lacia, que le caía a ambos lados de la
cabeza . Los ojos azules, algo saltones, movedizos, siempre tratando de ver
absolutamente todo lo que ocurría a su alrededor e inmediaciones. Fue de las
primeras personas, que recuerde, que usaba el reloj en la muñeca derecha.-
-“Está conmigo, dijo mi amigo Pascual… recién
empieza … si le explicás entiende rápido … tiene una manopla además “ …
“A ver ¡... Mostrame, pendejo! …. Saqué
el fierro del bolsillo trasero del jean …. Tá… si te mandás algún moco, lo toco
a Pascual, y después tenés que explicarme a mi… te escurrís, pendejo. Jamás movás
un dedo sin consultarme, tà?! … me
puso la manopla contra mi pecho… si aprendés a usar “eso”…. Muñeco que tocás,
se va al piso … Si? …. Cuidate”
CAPITULO II
Como decía, no estuvo muy difícil
integrar la camorra del Mitre… algunos réditos mal habidos los dejo para otra
vez, hoy me voy a referir… al Bergantín.
Era ya un auto viejo en el 70, se veían
muy pocos. Los que quedaban, eran por lo general de gallegos que los cuidaban más
que a su familia, pero el que paraba con nosotros, sospecho que de gallego, ni
el apellido. Nunca supe el nombre del pibe que lo … “¿manejaba? ”…
Para acortar, por estas horas, sería muy
parecido a Calamaro… a Andrés… hablaba poco y fumaba constantemente. A aquellos
hombres, como de todos, les importaba muy poco la vida del pibe, siempre con
botas tejanas, jeans y camisa a cuadros. Fumaba Colorados largos, sin filtro.-
Al grano. El chabón le ponía querosén al
auto. En ésa época valía menos de la mitad que la nafta. Solo la puerta de su
lado cerraba con alguna firmeza. El resto, flameaba. Como los dos guardabarros
delanteros atados con alambre dulce, el baúl no tenía cerradura, y un par de elásticos
aparecían por los agujeros del tapizado.-
No existían prácticamente controles en
los taxis, pero ese auto no podía trabajar, aunque nuestro amigo el “convoy”,
como le decían, se las ingenió para hacerse la diaria.-
Aparecía muy tarde, cerca de las once de
la noche, con evidencias muy notables de haberse levantado media hora antes.-
La recova se llenaba de un humo color
violeta, o marrón rojizo. El motor tableteaba, a punto siempre de partirse.
El “Convoy” bajaba y acompañaba la
puerta con la mano, hasta que
entraba en su sitio. Prendía un Colorado raspando el fósforo en sus botas. Saludaba
al que anduviera cerca, invariablemente, al abre puertas, un salteño flaco y
desgarbado, que se jactaba de que su gorra le era provista únicamente a él por
la Policía Federal y luego le colocaba la chapa de bronce del ferrocarril, que
tenían todos los maleteros.-
El Convoy apostaba a diario por el número
de chapa del salteño, el 47. Cuando acertaban, compartían la ganancia y de
madrugada, se bebían varias cervezas en el bar del enorme hall de la estación,
se daban la mano, y a los tropezones y en direcciones opuestas se alejaban.-
Como fue dicho, aquel muchacho,
inefable, logró un método para llevarse algunas monedas cada madrugada.-
Lógicamente, al ponerse en una de las
colas, finalmente llegaba a la punta. El desdichado pasajero, maldiciendo, subía,
el Convoy ponía en marcha el Bergantín con su combo de ruido y humo, e iniciaba
una cruenta marcha ocupado, que terminaba invariablemente a los cien metros, en
la esquina de Libertador. El pasajero pagaba la bajaba de bandera y descendía rápidamente.
El chico daba la vuelta a
la plaza y volvía a colocarse en una de las colas .
Así unas diez o quince veces por noche.
Vivía solo con las bajadas de bandera .
Alguna vez, que andaba más lúcido, raspó
un fósforo en su bota izquierda, y prendiendo un sin filtro, dijo: “Para la pensión y un par de cervezas me alcanza, morfo en la pieza de la encargada. En
ocasiones, me dejo chupar la pija”…
"El Bergantín"
Original de Eduardo DE VINCENZI
Bella Vista, Febrero 15 de 2014